Buscando el camino. 3ª y última parte (Albacete-Gijón)

Albacete…
En el andén se hace pequeño
un gorrión


Lentamente, como quien separa de un sobre un sello valioso… así arranca el tren, así me voy… Los cristales tintados del vagón le restan notoriedad al sol del medio día, aunque no el protagonismo. Afuera, los girasoles siguen el curso que les marca el astro; la cebada, que no hace mucho se mecía al viento, yace ahora prensada en enormes rollos. Hay viñedos, con cientos de cepas que asemejan un ejército de minúsculos soldados milimétricamente formados ante su general; entre las vides asoma el ingenio humano, artefactos fotovoltaicos en los que una superficie de cristal de sílice me devuelve a modo de guiños los reflejos del sol. El destello en los viñedos me transporta a un pasado muy cercano, depositándome con suavidad en el brillo de una flauta travesera que remolca con sus notas al viento de otoño entre los árboles… quizás, y solo digo quizás, sea este el primer viaje de un ser humano a la velocidad de la luz… Y con la misma rapidez que me fui he vuelto, y tras la ventanilla, otra vez la vida…

Viento,
cuelgan de un cable eléctrico
restos de ave

Me recuesto en el asiento. El tren sigue su ruta, las conversaciones en el vagón no se detienen; el sol, poco a poco, se dirige, cómo no, hacia el oeste; las nubes blancas cambian de forma y lugar; incluso el ave que ya no es ave aún mece sus plumas al viento… Cuatro gigantes coronan un cerro, ninguno bracea… Rocinante no está cerca. En el mismo horizonte, en una loma cercana, despuntan esbeltos molinos de viento; así, tan lejos, parecen pequeños… cierro los ojos… creo ver a un niño ir a recogerlos.
Las vías se multiplican, se presiente la cercanía de la gran urbe. Dejo que la vista se adelante y me traiga la imagen de cuatro rascacielos que achican al resto de la ciudad…

En vía muerta
dos vagones oxidados,
se posa un gorrión


Vuelve a tomar velocidad el tren, miro a la diestra y a la siniestra, al otro lado de las ventanillas el paisaje muda a cada instante como si un tramoyista se afanara en mostrarme sus mejores decorados. Una ciudad tras otra, da igual su tamaño, su clima, su idiosincrasia; en todas, sea su estación humilde o presuntuosa, un reloj, que tanto recibe como despide, se empeña en mostrarme el paso del tiempo…

Nudo ferroviario,
solamente las sombras
cruzan las vías


Inquieto, empiezo a no encontrar acomodo en el asiento. Un potro brinca junta a una alambrada, la niebla esconde al valle, se disfrazan de nubes las montañas. Grande fui por un momento mientras contemplaba los rascacielos… pequeño, así me siento, entre tanto verde que se adentra hasta el mismísimo cielo. Asturias… allá donde miro un horizonte cercano y en la que sus llanuras son de agua salada.
El vagón habla: última parada, Gijón, gracias…
Su mirada ahora es un beso, su beso una sonrisa, su sonrisa mi sonrisa… mi chica. Cruzamos la ciudad, en las calles el algarabío de un sábado en donde las terrazas se llenan y los comercios empiezan a cerrar. Huele a sidra, y al sonido de una gaita se le suma un tintineo; en una caja de cartón el brillo de unas monedas. Sopla la brisa… el cielo se cubre de nubes grises. Cierro la puerta de casa ¡clac!

Junto a ella,
el sonido de la lluvia
en la ciudad


alberasan (Gijón)

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